Ivette Durán Calderón
El trabajo de la industria editorial es meritoriamente reconocido desde siempre, igual tiempo ha sido masculinizado, o lo que es lo mismo, se atribuyó su desarrollo y puesta en marcha al denodado trabajo de dedicados hombres. Si bien fueron apareciendo esporádicamente nombres de dueñas de imprentas, o esposas de los dueños, tímidamente han salido a relucir algunas tipografistas.
En cuanto a las escritoras, es históricamente conocida la invisibilización detrás de un seudónimo o la cesión involuntaria de los derechos a un tercero, debido a la reticencia de admitir que una mujer podía ser capaz de escribir magistrales obras. Entonces... ¿dónde quedan las ilustradoras, correctoras, dibujantes, creativas, diseñadoras gráficas, editoras, maquetadoras, encuadernadoras, archivistas, catalogadoras, libreras, bibliotecarias, promotoras y mediadoras de lectura, traductoras, poetisas, compositoras líricas, declamadoras, cuentacuentos, talleristas, agentes literarias, escritoras y lectoras?
Una observación válida es que no todas las compradoras de libros son precisamente lectoras o escritoras.
Con una participación tan heterogénea, donde escritoras y lectoras son también parte de este gran equipo, indudablemente estamos hablando de la indiscutible presencia femenina en la industria literaria.
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